¿POR QUÉ NOS CUESTA TANTO RESOLVER LOS PROBLEMAS?
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¿POR QUÉ NOS CUESTA TANTO RESOLVER LOS PROBLEMAS?
¿POR QUÉ NOS CUESTA TANTO RESOLVER LOS PROBLEMAS?
En mi opinión, ya nos empieza a costar resolverlos desde que los denominamos como “problemas”, con la onerosa y dramática carga que eso conlleva de nerviosismo y frustración. En realidad, no son más que asuntos que hay que resolver.
Lo que pasa es que al llamarlos “problemas” nos están condicionando, ya que el modo de enfrentarlo se hace desde una posición de tensión, porque lo convertimos en un dificultad y no nos gusta enfrentarnos a dificultades y, además, estamos bastante convencidos de que los “problemas” casi siempre pueden con nosotros, y que los “problemas” nos traen complicaciones y jamás son agradables.
Desde esta perspectiva y actitud, en los que claramente estamos en inferioridad de condiciones, empezamos mal.
Y si, además, somos de esas personas que pretenden una perfección absoluta y un acierto impecable en las decisiones que toman –aunque no estén preparadas para ello-, y encima cuando no dan con la resolución correcta eso se vuelve contra ellos porque mina su autoestima, y seguidamente se enfrascan en una cadena de auto-reproches y recriminaciones –insoportables la mayoría de las veces-, y se regodean masoquistamente en achacarse su inutilidad, en acusarse de torpes, inservibles, y una retahíla de sinónimos de la misma calaña, y posteriormente se enfadan indisimuladamente contra ellos mismos, es del todo comprensible que cuando tienen que resolver un “problema” lo hagan desde una zozobra que, lejos de ayudarles, les complica aún más la búsqueda de la solución.
Es conveniente, en principio, calificarlo como “asunto a resolver”, ya que conocemos el poder de las palabras y del pensamiento, y por eso es conveniente resolverlos desde la imparcialidad, y no permitir que los prejuicios (pre–juicio: “Opinión previa y tenaz, POR LO GENERAL DESFAVORABLE, acerca de algo QUE SE CONOCE MAL”), nos condicionen, y es mejor no permitir que lo que implica tomar una decisión -aunque más adelante demuestre no ser la acertada-, no sea un asunto de una gravedad vital, ya que vivir implica tomar decisiones, y el hecho de no acertar con algunas no es grave en el conjunto de toda una vida.
Creo que todos hemos pasado por la situación de comprobar que algo que en su momento nos pareció terrible, con el paso del tiempo toma su verdadera dimensión, y ahora, desde la distancia y la ecuanimidad, nos sorprende que en su momento nos desquiciara tanto.
La imparcialidad se puede conseguir no involucrándose en el asunto a resolver. No sintiéndose parte de ello –aunque uno lo sea-. Dejando de ser parte de ello durante un momento.
Tratando de encontrar la misma solución que encontraríamos para otra persona a la que le pasara lo mismo.
La falta de preparación para hacerlo de un modo impecable, y la excesiva exigencia de perfección, más el temor a que no salga bien y eso conlleve una pérdida económica, o sufrimiento, son motivos de suficiente envergadura –la que nosotros le concedemos, no la que tiene en realidad- para que nos cueste resolver “problemas”.
La sugerencia es tratar de ver el asunto que haya que resolver desde un punto de vista lo más desapasionado posible, y hacerlo bien para que no se vuelva contra uno mismo.
VIVIR IMPLICA TOMAR DECISIONES CONTINUAMENTE y el hecho de no tomar la decisión impecable en algunos casos no ha de menospreciar el concepto que tengamos de nosotros mismos.
HABRÁ QUE SER PERMISIVO Y COMPRENSIVO por tanto, y no hacer que la toma de decisiones sea un largo calvario y una tragedia. Unas veces se gana y otras se pierde. Unas veces se acierta y otras no. Así es la vida.
NO ESTAMOS PREPARADOS PARA TOMAR LAS DECISIONES IMPORTANTES, porque no nos han preparado para ello, así que será mejor tomarse la vida como un campo de aprendizaje, y desde una actitud de compañerismo con uno mismo, incluso con esa parte tan crítica que sólo sabe reprochar pero no es capaz de aportar ideas válidas.
SI UNO SE “EQUIVOCA” (que es otra palabra a desterrar y se puede cambiar por “el resultado que no coincidió con las expectativas”) no ha de permitir que eso afecte a la relación consigo mismo. Ni un reproche ni un juicio. Ánimo, y la próxima irá mejor.
HAY QUE TOMAR DECISIONES y, una vez hecho, adelante.
Te dejo con tus reflexiones…
En mi opinión, ya nos empieza a costar resolverlos desde que los denominamos como “problemas”, con la onerosa y dramática carga que eso conlleva de nerviosismo y frustración. En realidad, no son más que asuntos que hay que resolver.
Lo que pasa es que al llamarlos “problemas” nos están condicionando, ya que el modo de enfrentarlo se hace desde una posición de tensión, porque lo convertimos en un dificultad y no nos gusta enfrentarnos a dificultades y, además, estamos bastante convencidos de que los “problemas” casi siempre pueden con nosotros, y que los “problemas” nos traen complicaciones y jamás son agradables.
Desde esta perspectiva y actitud, en los que claramente estamos en inferioridad de condiciones, empezamos mal.
Y si, además, somos de esas personas que pretenden una perfección absoluta y un acierto impecable en las decisiones que toman –aunque no estén preparadas para ello-, y encima cuando no dan con la resolución correcta eso se vuelve contra ellos porque mina su autoestima, y seguidamente se enfrascan en una cadena de auto-reproches y recriminaciones –insoportables la mayoría de las veces-, y se regodean masoquistamente en achacarse su inutilidad, en acusarse de torpes, inservibles, y una retahíla de sinónimos de la misma calaña, y posteriormente se enfadan indisimuladamente contra ellos mismos, es del todo comprensible que cuando tienen que resolver un “problema” lo hagan desde una zozobra que, lejos de ayudarles, les complica aún más la búsqueda de la solución.
Es conveniente, en principio, calificarlo como “asunto a resolver”, ya que conocemos el poder de las palabras y del pensamiento, y por eso es conveniente resolverlos desde la imparcialidad, y no permitir que los prejuicios (pre–juicio: “Opinión previa y tenaz, POR LO GENERAL DESFAVORABLE, acerca de algo QUE SE CONOCE MAL”), nos condicionen, y es mejor no permitir que lo que implica tomar una decisión -aunque más adelante demuestre no ser la acertada-, no sea un asunto de una gravedad vital, ya que vivir implica tomar decisiones, y el hecho de no acertar con algunas no es grave en el conjunto de toda una vida.
Creo que todos hemos pasado por la situación de comprobar que algo que en su momento nos pareció terrible, con el paso del tiempo toma su verdadera dimensión, y ahora, desde la distancia y la ecuanimidad, nos sorprende que en su momento nos desquiciara tanto.
La imparcialidad se puede conseguir no involucrándose en el asunto a resolver. No sintiéndose parte de ello –aunque uno lo sea-. Dejando de ser parte de ello durante un momento.
Tratando de encontrar la misma solución que encontraríamos para otra persona a la que le pasara lo mismo.
La falta de preparación para hacerlo de un modo impecable, y la excesiva exigencia de perfección, más el temor a que no salga bien y eso conlleve una pérdida económica, o sufrimiento, son motivos de suficiente envergadura –la que nosotros le concedemos, no la que tiene en realidad- para que nos cueste resolver “problemas”.
La sugerencia es tratar de ver el asunto que haya que resolver desde un punto de vista lo más desapasionado posible, y hacerlo bien para que no se vuelva contra uno mismo.
VIVIR IMPLICA TOMAR DECISIONES CONTINUAMENTE y el hecho de no tomar la decisión impecable en algunos casos no ha de menospreciar el concepto que tengamos de nosotros mismos.
HABRÁ QUE SER PERMISIVO Y COMPRENSIVO por tanto, y no hacer que la toma de decisiones sea un largo calvario y una tragedia. Unas veces se gana y otras se pierde. Unas veces se acierta y otras no. Así es la vida.
NO ESTAMOS PREPARADOS PARA TOMAR LAS DECISIONES IMPORTANTES, porque no nos han preparado para ello, así que será mejor tomarse la vida como un campo de aprendizaje, y desde una actitud de compañerismo con uno mismo, incluso con esa parte tan crítica que sólo sabe reprochar pero no es capaz de aportar ideas válidas.
SI UNO SE “EQUIVOCA” (que es otra palabra a desterrar y se puede cambiar por “el resultado que no coincidió con las expectativas”) no ha de permitir que eso afecte a la relación consigo mismo. Ni un reproche ni un juicio. Ánimo, y la próxima irá mejor.
HAY QUE TOMAR DECISIONES y, una vez hecho, adelante.
Te dejo con tus reflexiones…
francisco de Sales- Mensajes : 569
Fecha de inscripción : 17/06/2016
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