CARTA A LAS SOLEDADES.
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CARTA A LAS SOLEDADES.
CARTA A LAS SOLEDADES
Queridas y odiadas soledades:
No sé a cuál de las dos escribir, si a esa que a veces necesito y busco, que me aporta Paz y crecimiento, que es el Camino apropiado para la introspección y el encuentro conmigo, que me llena de vida con su silencio y cobijo, o escribir a esa soledad pesada, indeseada, funesta, demonio o infierno, que me enfrenta en una guerra conmigo mismo.
Ambas os solapáis a veces y me dejáis en un estado extraño, en que sólo quiero estar conmigo pero al mismo tiempo no me soporto y quiero huir de mí bien lejos, cosa imposible.
Reconozco que la soledad buena en ocasiones me ha acompañado gratamente, en un respetuoso silencio en el que me sentía acogido e incluso puesto a salvo y cuidado. Soledad enriquecedora, grata y gratificante, maternal y cuidadosa, muy lejos -y lo opuesto- de esas otras veces en que te presentas con una condena bajo el brazo. O por lo menos es así como te siento. Pones una losa sobre mi cuerpo, te llevas todo aquello que pudiera darme esperanza y me dejas abandonado en un desierto, en un desamparo inconsolable, en una frustración negativa y pesimista que me hunde a conciencia robándome la fe y la felicidad.
Llego a entenderte, y hasta apreciarte, cuando te presentas con tu mejor cara, cuando me invitas a una reunión conmigo mismo sin que me interrumpa nadie, cuando te superpones al ruido y las cosas que me distraen y consigues que me descubra, que me preste atención, que me dé cuenta de que estoy conmigo pero no me conozco bien, no me preocupo por mí, no me pregunto qué quiero; de esas reuniones nacen las ideas de los cambios que quiero hacer.
En cambio, cuando te presentas aportándome una sensación de dolor, de rotura, de orfandad, en la que me haces creer que nadie me quiere, que a nadie le importo, que el mundo está contra mí, y me provocas todos los pensamientos negativos y funestos que una mente desquiciada es capaz de crear, entones te odio y te maldigo, te desprecio, quiero que te vayas, que me dejes, que no sigas martirizándome, porque entonces eres perversa, agresiva, hiriente e inhumana, intolerable, jamás bien recibida.
Cuando eres amable y dejas que entre la Paz en mi retiro eres bien querida; cuando me aíslas del mundo, cuando tiñes todo de negro, cuando dueles, no te quiero ni ver. Me gusta cuando me escuchas en silencio; no me gustas cuando me maltratas y me acusas y me sacas mis trapos sucios y me denigras y me humillas y vuelcas toda tu maldad sobre mi indefensión.
Ya sé que en el mundo estoy yo y estás tú. Yo y mi soledad. Hay gente alrededor y gente con la que comparto algo de mi tiempo y mi compañía, pero en realidad estamos solos tú y yo. Somos tú y yo.
“Estar solo no es necesariamente sentirse solo”, dijo Ellen Burstyn. Jean-Paul Sartre escribió que “si te sientes solo cuando estás solo, estás en mala compañía”. Yo también lo creo. Haré de mi compañía la más grata y deseada. Te aceptaré cuando vengas en son de paz, te eludiré y rechazaré cuando pretendas hundirme. Eso haré.
Francisco de Sales
Queridas y odiadas soledades:
No sé a cuál de las dos escribir, si a esa que a veces necesito y busco, que me aporta Paz y crecimiento, que es el Camino apropiado para la introspección y el encuentro conmigo, que me llena de vida con su silencio y cobijo, o escribir a esa soledad pesada, indeseada, funesta, demonio o infierno, que me enfrenta en una guerra conmigo mismo.
Ambas os solapáis a veces y me dejáis en un estado extraño, en que sólo quiero estar conmigo pero al mismo tiempo no me soporto y quiero huir de mí bien lejos, cosa imposible.
Reconozco que la soledad buena en ocasiones me ha acompañado gratamente, en un respetuoso silencio en el que me sentía acogido e incluso puesto a salvo y cuidado. Soledad enriquecedora, grata y gratificante, maternal y cuidadosa, muy lejos -y lo opuesto- de esas otras veces en que te presentas con una condena bajo el brazo. O por lo menos es así como te siento. Pones una losa sobre mi cuerpo, te llevas todo aquello que pudiera darme esperanza y me dejas abandonado en un desierto, en un desamparo inconsolable, en una frustración negativa y pesimista que me hunde a conciencia robándome la fe y la felicidad.
Llego a entenderte, y hasta apreciarte, cuando te presentas con tu mejor cara, cuando me invitas a una reunión conmigo mismo sin que me interrumpa nadie, cuando te superpones al ruido y las cosas que me distraen y consigues que me descubra, que me preste atención, que me dé cuenta de que estoy conmigo pero no me conozco bien, no me preocupo por mí, no me pregunto qué quiero; de esas reuniones nacen las ideas de los cambios que quiero hacer.
En cambio, cuando te presentas aportándome una sensación de dolor, de rotura, de orfandad, en la que me haces creer que nadie me quiere, que a nadie le importo, que el mundo está contra mí, y me provocas todos los pensamientos negativos y funestos que una mente desquiciada es capaz de crear, entones te odio y te maldigo, te desprecio, quiero que te vayas, que me dejes, que no sigas martirizándome, porque entonces eres perversa, agresiva, hiriente e inhumana, intolerable, jamás bien recibida.
Cuando eres amable y dejas que entre la Paz en mi retiro eres bien querida; cuando me aíslas del mundo, cuando tiñes todo de negro, cuando dueles, no te quiero ni ver. Me gusta cuando me escuchas en silencio; no me gustas cuando me maltratas y me acusas y me sacas mis trapos sucios y me denigras y me humillas y vuelcas toda tu maldad sobre mi indefensión.
Ya sé que en el mundo estoy yo y estás tú. Yo y mi soledad. Hay gente alrededor y gente con la que comparto algo de mi tiempo y mi compañía, pero en realidad estamos solos tú y yo. Somos tú y yo.
“Estar solo no es necesariamente sentirse solo”, dijo Ellen Burstyn. Jean-Paul Sartre escribió que “si te sientes solo cuando estás solo, estás en mala compañía”. Yo también lo creo. Haré de mi compañía la más grata y deseada. Te aceptaré cuando vengas en son de paz, te eludiré y rechazaré cuando pretendas hundirme. Eso haré.
Francisco de Sales
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